sábado, 2 de enero de 2010

Invisible, de Paul Auster

No puedo negar que Paul Auster es una de mis debilidades desde que lo descubriera en aquellos maravillosos años de vida estudiantil universitaria. Cuando aparece un nuevo libro suyo tardo lo justo en buscarlo y, en un alarde de favoritismo digno de la madrastra de Cenicienta, lo cuelo de mala manera el primero en la lista de 'pendientes por leer'. Travels in the Scriptorium y Man in the Dark, sus hasta ahora dos últimas obras, me encantaron. Invisible, su último trabajo, me ha parecido una joya.

Estamos en una época, por si no os habeis dado cuenta, en la que hay una insólita proliferación de zombis en las artes, principalmente en literatura y cine, aunque también en fotografía e incluso escultura. Paul Auster se ha sumado al carro con su particular libro de resucitados. Pero antes de arquear una ceja y preguntaros qué coño está pasando con el neoyorkino, me explico. Invisible es un libro de zombis a la manera de Auster. No hay cadáveres putrefactos andando por las calles en busca de cerebros, ni pandemias, ni motosierras o bates de beisbol. No hay sangre -casi-, y no hay escenas gore o terroríficas. El zombi de Paul Auster es diferente. Es un revenant, sí, es una figura que regresa de su tumba, ya sea física o metafórica, y vuelve en forma de cartas, de recuerdos, de libros e historias no publicadas. Invisible se nutre sistemáticamente de aquello que vuelve: de los amigos que reaparecen cuarenta años después para pedir ayuda y purgar los pecados, de los recuerdos que atormentan una y otra vez la existencia, de la pregunta infinita '¿Podría haber hecho algo?', de la tarde infantil de juegos con tu hermana.

Invisible conjuga al Paul Auster más puro con algo nuevo. La carga sexual de la novela es la más alta de su trayectoria, sus malabarismos narrativos son más escasos, los niveles textuales no te absorben como lo hacen, por ejemplo, en Oracle's Night. Vuelven los cuadernos, los manuscritos, el escritor, Nueva York, la casualidad -pero menos-. Pero también llega París, una isla tropical perdida y un amor prohibido. Vuelve la investigación casi policial, pero también un contenido que, en contra de lo normal en Auster, prima con creces sobre la forma. Podría hablarse del Ciudadano Kane particular del autor, pero tampoco sería del todo preciso.

Es complicado hablar del argumento de Invisible sin destripar la novela, por lo que todo lo que se puede decir es que Auster está en plena forma y parece haber salido del peligroso encasillamiento con el que venía coqueteando, sin dejar de lado sus filias, fobias y obsesiones. Los zombis de Auster, ya lo dije, no dan miedo en la mayoría de los casos. Fascinan por sus encuentros. Iluminan, son humanos, devoran sentimientos propios y revuelven los ajenos. Así da gusto dejarse masticar.

J.

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