jueves, 12 de febrero de 2009

Yo tenía tres añitos

Yo tenía tres añitos cuando, tal día como hoy hace ya un cuarto de siglo, se marchó en busca de famas y cronopios un tipo muy alto y muy tímido, un nómada de palabras y de vida, que escribió cosas alucinantes y alucinadas. Se montó -él nunca diría que cogió- en el ómnibus, y ya no volvió a contarnos nada. Nos dejó huérfanos de literatura, mirando al cielo como pelotudos, jugando sólos a la rayuela en un parque tranquilo, al ritmo de jazz y tabernas parisinas, pensando en casas tomadas y dándole cuerda al reloj.

Pero claro, yo tenía 3 añitos y tardé bastante tiempo en enterarme de la catástrofe que aquello suponía. Pero ahora estoy más tranquilo, porque sigue con nosotros siempre, cada vez que subimos o bajamos una escalera, cada vez que lloramos y cantamos, cada vez que, en definitiva, vivimos lo cotidiano y lo mágico.

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Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente sus orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, la esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpaso en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentían balpamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

Julio Cortázar, Rayuela. Capítulo 68.

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J.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Eso es un relato porno de toas toas, vamos.

Salu2

Anónimo dijo...

Jitanjáfora

Salu2

Anónimo dijo...

Ese tío que dices (y que escribió el mejor relato sobre el jazz y el tiempo que yo haya leido en mi vida) es maestro abre puertas de gente como Oliverio Girondo (nótese la relación nominal con el protagonista de Rayuela). Un tío que escribió poemas como:

"El no/el no inóvulo/el no nonato/ el noo/el no poslodocosmos de impuros ceros noes que noan noan noan/ y noan/ y plurimono noan al morbo amorfo noo/ no démono/ no deo/ si son sin sexo ni órbita/ el yerto inóseo noo en unisolo amódulo/ sin poros y asin nódulo/ ni yo ni fosa ni hoyo/ el macro no ni polvo/ el no más nada todo/ el puro no/ sin no".

O cosas tan geniales como:

"Mis nervios desafinan con la misma frecuencia que mis primas. Si por casualidad, cuando me acuesto, dejo de atarme a los barrotes de la cama, a los quince minutos me despierto, indefectiblemente, sobre el techo de mi ropero"

El que firma los anónimos

Rompememes dijo...

O minúsculos relatos recursivos que conforman un bucle:

"Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta."

(;,,;)