miércoles, 17 de junio de 2009

Déjame entrar

Según la tradición gótica, ningún vampiro puede entrar en una casa si no recibe invitación expresa de los inquilinos. En el momento en que dicha invitación es recibida, el vampiro tiene licencia para acceder a nuestra morada y darse banquetes a costa de nuestra yugular. Si se sabe esto, tal vez uno no vaya demasiado despistado a ver Déjame entrar, película sueca de un tal Tomas Alfredson, director con cierta experiencia en televisión, no tanta en cine.

La película viene avalada por un buen número de premios en festivales independientes y minoritarios, siendo el más destacado su triunfo total en Sitges 2008. Aun así, la distribución a nivel nacional ha sido bastante discreta, aunque da la impresión de que el boca a boca no tardará en convertirla en película de culto y/o sleeper.

Cuando Coppola rodó su particular y sobresaliente Drácula, algo cambió en el género vampírico a nivel mundial. La figura del vampiro pasó del ser maléfico, hechizante y peligroso a la de un atormentado por su eterna no-vida, condenado a amar desde las tinieblas, y condenado a condenar a aquella persona a la que ama. Poco a poco, con el surgimiento de las novelas de Ann Rice y la llegada de productos como Blade, Underworld, Van Helsing y demás sandeces, la figura vampírica pasó por diversos estados, del superhéroe al tecnovampiro, desembocando finalmente en ese pastel para adolescentes con revolución hormonal llamado Crepúsculo. De vez en cuando alguien rescataba al vampiro más cabroncete y le daba su particular toque gore, como ocurrió con la incomprendida Vampiros de Carpenter, pero en general, la figura del vampiro en los últimos 15 años ha ido, en mi opinión, de mal en peor.

Si algo salvo de Entrevista con el vampiro es, sin duda, el toque de frescura que suponía añadir un personaje infantil a toda la trama -una Kirsten Dunst que todavía no entendía de arañas-. Déjame entrar, por fin, vuelve a ese tema, y lo coloca como eje central de la trama. Oskar es el típico niño retraído y con problemas de acoso en el colegio, y conoce a una misteriosa vecina de su edad a la que no le importa salir en camisón a la fría y nevada noche sueca, y que vive en un piso con las ventanas selladas por cartones y periódicos junto a su aparentemente padre. Poco a poco ambos niños afianzan una relación de amistad que se volverá amor, con las lógicas reservas que tiene Eli, la chica, ya que su gusto por la hemoglobina lo complica todo un poco.

La historia mínima que nos cuenta Alfredson no deja de ser eso, una pequeña aventura intimista, un cuento de amor y venganza con un componente terrorífico que los chicos intentan llevar con más o menos naturalidad (?). El desarrollo de la historia es más o menos previsible, y hacia la mitad de la cinta podemos intuir qué nos queda por ver. Sin embargo lo que hace de Déjame entrar una película maravillosa no es tanto el qué se cuenta sino el cómo se cuenta. La química entre los dos chavales funciona a la perfección, y crea una complicidad infantil entre ambos que engancha desde el primer momento.

Por otra parte, el enmarcar toda la historia en el frío invierno sueco le da un toque de originalidad y frescura (chiste fácil) a la revisión vampírica que hace que los tópicos se diluyan entre las huellas en la nieve. La lírica de toda la historia se ve interrumpida en ocasiones puntuales con mazazos de violencia que no dejan que olvidemos que aquella criaturita de ojos enormes y rostro pálido es una señora de la noche y que, nos guste o no, un vampiro es un vampiro.

El juego metafórico del título se desarrolla a lo largo de toda la cinta, y existe una saturación de umbrales -en forma de puertas y ventanas- que copan toda la pantalla desde la primera toma, en la que Oskar se refleja en un cristal. El umbral, pieza clave en la construcción de toda la tradición gótica, sigue omnipresente aquí, y es en un umbral donde se desarrolla la escena que resume todo el conflicto de las relaciones entre lo real y lo imaginario, nuestro mundo y el mundo de la noche, con Oskar tentando a la vampiresa desde el otro lado de la puerta de su casa.

La fotografía y encuadres son brillantes. La no-luz que pude experimentar personalmente en Suecia está presente en un sol que no calienta (¿puede haber mejor hogar para un vampiro?), en unas tonalidades amarillentas, grises y apagadas. Los juegos de líneas horizontales y verticales llenan de geometría cada plano, ya sea en forma de troncos de árboles o de entramados de ventanas en un edificio, como si Antonioni hubiese estado disponiendo cada plano.

Déjame entrar es una gozada estética y una bonita historia de amor que revisiona de manera absolutamente original la figura del vampiro. Sólo eso. Casi nada.

J.

3 comentarios:

Rompememes dijo...

Estaba pendiente de esta pelí y pensaba preguntarte sobre ella, así que con esta crítica ya no es necesario. A la lista de pendientes por ver.

(;,,;)

Anónimo dijo...

Estoy con J, es una peli muy recomendable y no hace falta que te gusten los vampiros para ir a verla, ni tampoco hace falta ser un friki ni nada por el estilo. Creo que llega a cualquiera que le interese una historieta bien contada.
Salu2

Anónimo dijo...

Bueno, pues yo voy a hacer de poli mala. Critico :

-Ciertos puntos que rompen con la tónica general de la peli, rozando un poco la absurdez graciosa.

-Y relacionado también con lo anterior, un final demasiado "gore-surrealista".O simplemente lo dejo en "demasiado".

- Y añado algo más: Un pañuelo, por favor. ;D


Pero sí, en general de acuerdo con todo lo dicho y me ha gustado, más por la forma que por el fondo.

Se te ha olvidado mencionar el caracter quasiatemporal de la peli.

Teresa