lunes, 21 de abril de 2008

Entre gigantes

Ayer estuve en el acto de clausura de la Cosmopoética. Mucha y muy buena poesía, con casi casi todo excelente, menos una cosa, claro. No se podía pedir la perfección...

A ver, resulta que la mesa de poetas estaba compuesta por Seamus Heaney (que me firmó un libro, por cierto ;P); Jorie Graham, de la que había oido hablar hace poco de la mano de algún gran profe; Carlos Germán Belli, un tipo pequeñito, con voz de gnomo y que recitaba muy a la manera de Ezra Pound, así como en plan cántico; Jan Erik Vold, un crack noruego influenciado por el jazz, que no sabías si recitaba o cantaba; y finalmente Mohamed Bennis, un marroquí con cara de europeo y versos preciosos que sonaban mucho mejor en árabe que en español.

El problema es que había alguien más, que para mí dio la nota de mala manera. Antonio Gala. No me explico (bueno, sí, me lo explico) cómo se puede sentar a este hombre entre todos los anteriores y quedarse tan panchos. Además no sólo lo sentaron allí, sino que lo pusieron presidiendo la mesa, junto a Heaney. No sé cómo irán los temas de protocolo y demás, pero una vez escuchadas las reseñas biográficas de unos y otros, y oídos sus recitales, al señor Gala se le tendría que caer la cara de vergüenza de sentarse allí como si fuese el rey del mambo, entre premios nobel, renovadores poéticos, músicos, pulitzers y demás. Así que el amigo se dedicó toda la duración del recital a poner poses para los fotógrafos, y a salir a recitar muy afectado él, haciendo aspavientos y recitando sus infumables tropos. De terror, de verdad. Y todas las viejunas allí aplaudiendo a raudales cuando terminó, y yo con cara de 'esto no puede estar pasando'. Y a la salida, todo el mundo besándole los pies a este tipo. Y nadie se ha parado a pensar que el muy divino no se ha dignado a aparecer por Cosmopoética en todos estos años, hasta que ha visto claro que aquello iba a darle más caché y más importancia, porque Cosmopoética ya es por derecho propio el encuentro poético más importante a nivel europeo. Y que tengamos que tragarnos a este tipo con calzador.

Bueno, que se me ensucia el karma. Os dejo con un poema de Jan Erik Vold, de los que recitó ayer, y que me encantó:


"Hokusai, el viejo maestro, que pintó una ola como nadie había pintado una ola antes que él"

Hokusai
llegó
casi a los 90. Cuando tenía 75
años, dijo
de sus cuadros: Empecé a dibujar
cosas cuando tenía
6 años. Todo lo que conseguí hacer
antes de los 50, no vale

nada. Cuando llegué a los 70
aún no había hecho
nada
bueno. A los 73 años
empecé a comprender
las formas básicas
de animales y plantas.
Cuando llegue a los 80, habré

comprendido más, y cuando tenga 90
conoceré
los misterios del arte
hasta el fondo

—así es que cuando llegue a los 100
produciré
cosas elogiables. Para no hablar
de los años
siguientes.
Ahora lo esencial es
seguir en marcha.

J.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te olvidas de que además de todo eso,el buen señor se permitió el lujo de hacer esperar a todos los demás y llegar al salón como si llegase la Virgen cogida del brazo de la alcaldesa.Y de la cara de los poetas que no entendían español mientras recitaba el señor este.Se ve que hay cosas que van más allá del lenguaje.Y de que habiendo tan maravillosos poetas hispano hablantes en el recital,tenga que leer el manifiesto el último mono en llegar.Menos mal que no éramos los únicos que pensábamos así en aquella sala(compárese el tiempo de ovación a cada invitado...).