Muchas voces coreaban que El luchador era el retorno triunfal de Mickey Rourke a la gran pantalla -supongo que olvidando que en 2005 encarnó con bastante solvencia a Marv en Sin City-, en una obra que lo lleva a lo más alto, redimiendo sus pecados.
Sentía bastante curiosidad por saber qué hacía el amigo Rourke en la piel de un luchador en horas bajas de ese espectáculo de la cutrez con testosterona que es el pressing catch.
El caso es que la película se deja ver bastante bien. Tiene unos compases iniciales que resultan muy curiosos para todo aquel que, como mi generación, creció viendo los mamporros increíbles que se pegaban aquellos grandullones encima de un cuadrilátero. Se explica el mundo del espectáculo desde el otro lado, desde los camerinos, donde se acuerdan los golpes, trucos y resultados, y donde hay un fuerte sentimiento de camaradería entre los actores-luchadores muy diferente de lo que se apreciaba por televisión. No creo que nadie se creyese que aquellos soplamocos eran de verdad, pero no deja de ser curioso para un profano total en la materia que te metan entre bambalinas y veas cómo se cuece una noche en la ópera...
Rourke interpreta a una vieja gloria de la lucha libre. Vivió momentos de triunfo a finales de los ochenta, pero ahora malvive solo en una caravana, peleado con su único familiar, su hija adolescente, y enamorado de una stripper madre soltera. Se dedica a luchar en escenarios de segunda -y tercera- categoría, compaginando las tortas con trabajos en un hipermercado.
Un ataque al corazón da un giro a la historia y hace que The Ram, nombre artístico del luchador, se replantee su vida e intente darle un nuevo rumbo cuando se le aconseja encarecidamente que deje la lucha si no quiere, literalmente, dejarse la vida en el ring.
La historia, desde luego, tiene muy poco, por no decir absolutamente nada, de original (salvo el trasfondo peleón de la misma). Los personajes son clichés vistos una y otra vez, el gatillo que espolea la acción -el ataque al corazón que muerde la vida del protagonista y lo pone al borde del abismo- ha sido usado en infinidad de ocasiones para motivos similares (El hijo de la novia, por nombrar una), las situaciones han sido vistas una y otra vez... Sin embargo, se deja ver.
Pese a la falta de originalidad, El luchador tiene algunos aspectos que hacen que la película se salve de la quema. Por un lado, la interpretación de Mickey Rourke, desde luego, que saca agua de donde no la hay, esto es, de un rostro raruno, de un tipo con la cara más o menos envilecida por el bótox, que borda un papel de hombre con buenas intenciones pero mala memoria y poco acierto. En segundo lugar, no podemos olvidar que el director de la cinta es Darren Aronofsky, director de, entre otras, Requiem por un sueño y Pi, y se nota en la forma en que la película está construida, presentando algunas escenas verdaderamente para enmarcar, como la firma de autógrafos de viejas glorias de la lucha libre, en las que The Ram hace un barrido por aquellos con los que tocó el cielo, y ve el pozo en el que todos se encuentran, o la entrada triunfal del protagonista a la sección de charcutería del supermercado, como si se estuviese preparando para el combate de su vida. Tenemos también un final sello de la casa Aronofsky -cuidado que me cargo la película ahora-, donde la redención es parcial, por no decir inexistente, donde debería sonar "The Show Must Go On", donde el espectáculo se come a las personas. Y, finalmente, no podemos olvidarnos de una banda sonora genial, aderezada por temas de Guns N'Roses, Scorpions, Springteen...
Tal vez sea que tengo cierta predilección por las películas de (no)redención, pero pese al tono altamente previsible del conjunto, El luchador fluye y entretiene.
J.
Sentía bastante curiosidad por saber qué hacía el amigo Rourke en la piel de un luchador en horas bajas de ese espectáculo de la cutrez con testosterona que es el pressing catch.
El caso es que la película se deja ver bastante bien. Tiene unos compases iniciales que resultan muy curiosos para todo aquel que, como mi generación, creció viendo los mamporros increíbles que se pegaban aquellos grandullones encima de un cuadrilátero. Se explica el mundo del espectáculo desde el otro lado, desde los camerinos, donde se acuerdan los golpes, trucos y resultados, y donde hay un fuerte sentimiento de camaradería entre los actores-luchadores muy diferente de lo que se apreciaba por televisión. No creo que nadie se creyese que aquellos soplamocos eran de verdad, pero no deja de ser curioso para un profano total en la materia que te metan entre bambalinas y veas cómo se cuece una noche en la ópera...
Rourke interpreta a una vieja gloria de la lucha libre. Vivió momentos de triunfo a finales de los ochenta, pero ahora malvive solo en una caravana, peleado con su único familiar, su hija adolescente, y enamorado de una stripper madre soltera. Se dedica a luchar en escenarios de segunda -y tercera- categoría, compaginando las tortas con trabajos en un hipermercado.
Un ataque al corazón da un giro a la historia y hace que The Ram, nombre artístico del luchador, se replantee su vida e intente darle un nuevo rumbo cuando se le aconseja encarecidamente que deje la lucha si no quiere, literalmente, dejarse la vida en el ring.
La historia, desde luego, tiene muy poco, por no decir absolutamente nada, de original (salvo el trasfondo peleón de la misma). Los personajes son clichés vistos una y otra vez, el gatillo que espolea la acción -el ataque al corazón que muerde la vida del protagonista y lo pone al borde del abismo- ha sido usado en infinidad de ocasiones para motivos similares (El hijo de la novia, por nombrar una), las situaciones han sido vistas una y otra vez... Sin embargo, se deja ver.
Pese a la falta de originalidad, El luchador tiene algunos aspectos que hacen que la película se salve de la quema. Por un lado, la interpretación de Mickey Rourke, desde luego, que saca agua de donde no la hay, esto es, de un rostro raruno, de un tipo con la cara más o menos envilecida por el bótox, que borda un papel de hombre con buenas intenciones pero mala memoria y poco acierto. En segundo lugar, no podemos olvidar que el director de la cinta es Darren Aronofsky, director de, entre otras, Requiem por un sueño y Pi, y se nota en la forma en que la película está construida, presentando algunas escenas verdaderamente para enmarcar, como la firma de autógrafos de viejas glorias de la lucha libre, en las que The Ram hace un barrido por aquellos con los que tocó el cielo, y ve el pozo en el que todos se encuentran, o la entrada triunfal del protagonista a la sección de charcutería del supermercado, como si se estuviese preparando para el combate de su vida. Tenemos también un final sello de la casa Aronofsky -cuidado que me cargo la película ahora-, donde la redención es parcial, por no decir inexistente, donde debería sonar "The Show Must Go On", donde el espectáculo se come a las personas. Y, finalmente, no podemos olvidarnos de una banda sonora genial, aderezada por temas de Guns N'Roses, Scorpions, Springteen...
Tal vez sea que tengo cierta predilección por las películas de (no)redención, pero pese al tono altamente previsible del conjunto, El luchador fluye y entretiene.
J.
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