Madre mía del amor hermoso... En qué momento tuve la feliz idea de proponer ir a ver el Nuevo Circo Acrobático Nacional de Shangai.
El citado Circo, del que había leído unas críticas fabulosas, según las cuales había sido un éxito rotundo durante el tiempo que estuvo exhibiéndose en Broadway, resultó en un grupo de becarios aficionados dando trompicones durante dos horas.
Ya de entrada, sin empezar siquiera el espectáculo, aquello nos resultó un poco raro. En medio del escenario lo único que había era una especie de alfombra de color supuestamente verde, pero con más mierda que la barriga de una burra, muy cutre salchichera allí puesta. 'Bueno, yo sólo quiero ver acrobacias y gente saltando por los aires, y para eso no necesitan nada más'.
Y comenzó el espectáculo. La presentación vino a ser un baile de dos dragones chinos. Pero a ver, hay dragones y dragones. Aquellos parecían, nunca mejor dicho, comprados en unos chinos. Pero bueno, no le di demasiada importancia a ese detalle, que no era sino velado anuncio de lo que estaba por venir: equilibrios del todo a 0'60€.
Si habéis visto algún circo acrobático alguna vez (yo, entre los que he visto por televisión y alguno que otro en vivo, ya llevo unos cuantos), sabréis que la mecánica es de lo más sencilla. Números de acrobacias, uno detrás de otro, en los que se mezclan coreografías, puesta en escena, saltos, uso de instrumentos para los ejercicios, música y ya. No hace falta nada más para obtener un resultado espectacular.
Digamos que durante las dos histéricas horas que vivimos, pasaron por delante de nuestros ojos unos 14 ó 15 números. Sólo recuerdo UNO en el que no hubiese, como poco, un error garrafal. ¿Qué entendemos por error garrafal? Pues cualquiera de las siguientes cosas:
1.- Que un tipo se monte a hacer equilibrios sobre una cuerda ¡a escasos dos palmos del suelo!, parezca que está borracho y es incapaz de mantenerse en pie, luego le den un monociclo y no sea ni siquiera capaz de montarlo.
2.- Que cuando una ristra de gimnastas se pongan en fila para saltar a través de un estrecho aro metálico, el segundo de la fila le pegue tamaña patada al artilugio, el que venga detrás arrugue la alfombra verdosa al frenar y el que le sigue esté a punto de matarse con dicha arruga.
3.- Que una vez montado, renqueando, un castillo humano, el chiquitín del grupo, a una altura de unos 5 metros, encaramado en lo más alto, pegue tamaña torta hacia atrás.
4.- Que un número en el que se emplean telas colgantes del techo atadas a los malabaristas sea suspendido antes de empezar, porque una de las malabaristas no esté bien sujeta a dichas telas, todos los chinos se agobien de repente y desmonten el tinglado así sin más.
5.- Que cada vez que uno de los artistas jugaba a voltear a otro compañero con sus pies, a la hora de aterrizar el infeliz que servía de balón acabase con una pierna del primero colocada sobre ese lugar que cuelga bajo la cintura.
6.- Que en el número en el que seis o siete acróbatas trabajaban con unas cuerdas que sujetaban una especie de cuenco en cada lado, dichos artefactos saliesen despedidos por los aires para, en el 90% de los casos, no acabar siendo recogidos por la persona que debiera, o ser recogidos in extremis, al borde del auto-extrangulamiento.
7.- Que el clásico número de equilibristas tumbadas sobre sillas, volteando con los pies diversos objetos como sombrillas, jarrones y mesas (no quiero ni imaginar cómo hacen las mudanzas estos chinos), estuviese salpicado cada dos por tres por caídas del mobiliario.
Y así, hasta el infinito. Eso sí, yo me reí un montón. Sobre todo la segunda parte del espectáculo, ya después del descanso, porque aquello iba de mal en peor, y rozaba el surrealismo más absoluto.
A ver, no soy muy tiquismiquis. Valoro que este tipo de cosas son difíciles, que yo sería incapaz de hacer un 1% de lo que hace esa gente, pero señores, que no estamos hablando de un grupo de aprendices (o eso es lo que vendían), y con los 18 euros que pagué para verlos me hubiese ido a la Corredera, hubiese cenado, hubiese visto a los saltimbanquis callejeros que la pueblan, les hubiese dado propina, me hubiese tomado un helado -si no siguiese a dieta- y me hubiese sobrado el dinero. Pero bueno, me reí. Por lo menos me reí.
J.
El citado Circo, del que había leído unas críticas fabulosas, según las cuales había sido un éxito rotundo durante el tiempo que estuvo exhibiéndose en Broadway, resultó en un grupo de becarios aficionados dando trompicones durante dos horas.
Ya de entrada, sin empezar siquiera el espectáculo, aquello nos resultó un poco raro. En medio del escenario lo único que había era una especie de alfombra de color supuestamente verde, pero con más mierda que la barriga de una burra, muy cutre salchichera allí puesta. 'Bueno, yo sólo quiero ver acrobacias y gente saltando por los aires, y para eso no necesitan nada más'.
Y comenzó el espectáculo. La presentación vino a ser un baile de dos dragones chinos. Pero a ver, hay dragones y dragones. Aquellos parecían, nunca mejor dicho, comprados en unos chinos. Pero bueno, no le di demasiada importancia a ese detalle, que no era sino velado anuncio de lo que estaba por venir: equilibrios del todo a 0'60€.
Si habéis visto algún circo acrobático alguna vez (yo, entre los que he visto por televisión y alguno que otro en vivo, ya llevo unos cuantos), sabréis que la mecánica es de lo más sencilla. Números de acrobacias, uno detrás de otro, en los que se mezclan coreografías, puesta en escena, saltos, uso de instrumentos para los ejercicios, música y ya. No hace falta nada más para obtener un resultado espectacular.
Digamos que durante las dos histéricas horas que vivimos, pasaron por delante de nuestros ojos unos 14 ó 15 números. Sólo recuerdo UNO en el que no hubiese, como poco, un error garrafal. ¿Qué entendemos por error garrafal? Pues cualquiera de las siguientes cosas:
1.- Que un tipo se monte a hacer equilibrios sobre una cuerda ¡a escasos dos palmos del suelo!, parezca que está borracho y es incapaz de mantenerse en pie, luego le den un monociclo y no sea ni siquiera capaz de montarlo.
2.- Que cuando una ristra de gimnastas se pongan en fila para saltar a través de un estrecho aro metálico, el segundo de la fila le pegue tamaña patada al artilugio, el que venga detrás arrugue la alfombra verdosa al frenar y el que le sigue esté a punto de matarse con dicha arruga.
3.- Que una vez montado, renqueando, un castillo humano, el chiquitín del grupo, a una altura de unos 5 metros, encaramado en lo más alto, pegue tamaña torta hacia atrás.
4.- Que un número en el que se emplean telas colgantes del techo atadas a los malabaristas sea suspendido antes de empezar, porque una de las malabaristas no esté bien sujeta a dichas telas, todos los chinos se agobien de repente y desmonten el tinglado así sin más.
5.- Que cada vez que uno de los artistas jugaba a voltear a otro compañero con sus pies, a la hora de aterrizar el infeliz que servía de balón acabase con una pierna del primero colocada sobre ese lugar que cuelga bajo la cintura.
6.- Que en el número en el que seis o siete acróbatas trabajaban con unas cuerdas que sujetaban una especie de cuenco en cada lado, dichos artefactos saliesen despedidos por los aires para, en el 90% de los casos, no acabar siendo recogidos por la persona que debiera, o ser recogidos in extremis, al borde del auto-extrangulamiento.
7.- Que el clásico número de equilibristas tumbadas sobre sillas, volteando con los pies diversos objetos como sombrillas, jarrones y mesas (no quiero ni imaginar cómo hacen las mudanzas estos chinos), estuviese salpicado cada dos por tres por caídas del mobiliario.
Y así, hasta el infinito. Eso sí, yo me reí un montón. Sobre todo la segunda parte del espectáculo, ya después del descanso, porque aquello iba de mal en peor, y rozaba el surrealismo más absoluto.
A ver, no soy muy tiquismiquis. Valoro que este tipo de cosas son difíciles, que yo sería incapaz de hacer un 1% de lo que hace esa gente, pero señores, que no estamos hablando de un grupo de aprendices (o eso es lo que vendían), y con los 18 euros que pagué para verlos me hubiese ido a la Corredera, hubiese cenado, hubiese visto a los saltimbanquis callejeros que la pueblan, les hubiese dado propina, me hubiese tomado un helado -si no siguiese a dieta- y me hubiese sobrado el dinero. Pero bueno, me reí. Por lo menos me reí.
J.
1 comentario:
Ostia colega q panzá de reir me he pegao con la entrada... ya veo que eran los becarios de la compañía, porque otra explicación no tiene.
Si yo voy allí suspenden el chiringuito por las risotadas.
Un abrazo, Mike.
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