lunes, 26 de noviembre de 2007

Negociando con la cultura

Terminé hace unos días El País: La cultura como negocio, un libro de lo más destroyer, no apto para mentes sensibles, de M. García Viñó.

El planteamiento que hace el autor es el siguiente: los grandes grupos editoriales (con Planeta y PRISA a la cabeza), están mercadeando con la cultura, haciendo de los libros no un objeto valioso intelectualmente, sino monetariamente. El libro se ha convertido, como si de un triunfito se tratara, en un objeto que se vende con unas campañas de publicidad desmesuradas, apoyadas por una crítica podrida y comprada, que no hace sino alabar al libro de la editorial que le paga.

Hasta aquí, todo más o menos normal. No es nada que alguien con dos dedos de frente no haya intuido (pero pocos lamentado) ya. Lo realmente urticante para mucha gente en el libro que nos ocupa es que Viñó, sin cortarse un pelo, plantea que la literatura española contemporánea da ascopena, que todos los 'talentos' que se glorifican en todos los medios, recibidores de premios tan podridos como todo este tinglado, no valen dos duros. Marías, Muñoz Molina, Almudena Grandes, Rosa Montero, Elvira Lindo, Maruja Torres, Juan José Millás, Clara Sánchez, Rosa Regás, Juan Luis Cebrián, etc... son durísimamente criticados, siguiendo el procedimiento de crítica acompasada que define los principios del Círculo de Fuencarral, al que pertenece Viñó.

La crítica acompasada pretende, sin trampa ni cartón, demostrar que todos los arriba señalados, y algunos más, son unos inútiles literarios totales, y para ello el autor se vale de los cuadernos de crítica publicados en La Fiera Literaria para demostrarlo. Para seguir la crítica acompasada es casi imprescindible tener el volumen que está siendo analizado a mano pues, aunque Viñó y sus compañeros del Círculo de Fuencarral citan textualmente la sarta de errores e incorrecciones que el escritor de turno deja plasmadas en sus best sellers, así se asegura uno de que no se están sacando las cosas de contexto.

Lo primero que puedo decir, después de haber leído el libro, es que me alegro muchísimo de haber tenido, desde siempre, esa especie de intuición que me hacía ver a todos estos escritores como un grupo homogéneo, en el que todos sonaban igual, mismos títulos, mismas historias, mismas letras. Esa misma intuición me ha alejado durante 27 años de acercarme a la mayoría de ellos, aunque ahora se ha despertado un interés morboso por según qué escritores, para comprobar con mis propios ojos hasta dónde llega la incompetencia que en España se tilda de genialidad.

Lo segundo, sin duda, es comentar algunas de las principales reflexiones que se obtienen de la lectura de El País: La cultura como negocio. Como era previsible, el lector medio español tiene un criterio literario que tiende a cero, y considera como bueno cualquier libro que aparezca en las falsificadas listas de ventas porque, 'si lo ha leído tanta gente, malo no puede ser'. Es bastante inquietante también que lo que se publica o deja de publicar en un país dependa de los gustos y disgustos de los dos o tres polancos que manejan el cotarro no sólo editorial, sino periodístico/informativo en general. Y por último, que en el máximo órgano defensor de la lengua (La Real Academia) hayan entrado personas de contrastada inutilidad en el uso del lenguaje, como Cebrián (Juan Luis, no Juan Antonio), da muchísimo miedo.

Lo tercero, la parte negativa. Hay dos o tres puntos que no me convencen nada en el libro. En primer lugar, la machacona repetición de según qué conceptos, términos o lista de autores. Ya nos ha quedado claro que Millás, Pollas Grandes, Marías y compañía son nefastos. No hace falta repetir la lista cada dos o tres páginas, que cansa. Sospecho que, al estar el libro construído en gran parte con artículos previamente editados en La Fiera Literaria, a la hora de unirlos queda todo un poco machacón. Pero ahí debería de haberse realizado una labor de 'limpieza', para evitaar que en ocasiones el texto se convierta en una repetición casi textual de páginas anteriores.

Además, hay bastantes erratas, que afean muchísimo la meticulosa labor de crítica que llevan a cabo en el libro. Una corrección minuciosa previa a la publicación hubiese sido estupenda, porque no se puede criticar la falta de estilo narrativo de un autor si lo hacemos con un texto lleno de erratas.

Por lo demás, chapó. Un libro que debería leerse todo aquel que se compre lo que recomiendan en el babelia y el cultural. Se le iban a quitar las ganas.

J.

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