martes, 25 de septiembre de 2007

El Hombre del Salto


Creo que uno de los momentos que hacen que todo ese caos que globalmente llamamos literatura merezca la pena, son los instantes posteriores a la lectura de un libro. Esos segundos, minutos, horas, en los que te quedas como gilipollas, pensando, asimilando, recordando. Esa sensación de vacío, de haber quedado solo en medio del mundo, sin los personajes de turno acompañándote más a la cama, a la cola del D.N.I., al sillón, al WC... A veces, claro, también intentas asimilar por qué le has dedicado tres días de tu vida a semejante majadería, infamia y/o tomadura de pelo.

Anoche, ya no sé qué hora sería, pero sospecho que tarde, cerré un libro. No sé muy bien explicar qué sentí, pero me levanté, bebí algo de agua, me puse a dar vueltas como un tonto por el dormitorio durante unos segundos, y me volví a acostar, en ese estado de desolación que te dejan algunos libros, como el que nos ocupa, El hombre del salto, de Don DeLillo.

No soy un consumidor habitual de productos artísticos, pseudoartísticos o simplemente oportunistas derivados de los ataques del 11-S. En realidad, hasta que El hombre del salto vino a mis manos, creo que la única producción artística que he visto al respecto ha sido la genial recopilación de cortometrajes 11'09''01. Pero cuando me enteré de que DeLillo había escrito sobre el tema, pensé que tenía que leerlo, que debía de ser diferente. Y vaya si lo ha sido.

El hombre del salto
es una novela densa, psicológica, en la que apenas hay diálogos, que nos pasea por la vida pre y post-atentados de varias personas, especialmente la de Keith, que sobrevive a los ataques saliendo más o menos magullado de una de las torres, agarrado a un maletín desconocido, su familia y uno de los terroristas, en sus meses previos a los ataques. Además, está la figura del hombre del salto, un artista callejero que aparece en momentos clave, realizando una performance sobre las Torres.

DeLillo se aleja por completo de los lugares comunes y los tópicos que han rodeado los sucesos. El derrumbe de las Torres Gemelas es el telón de fondo para poner en escena a un grupo de personas destrozadas, que intentan rehacer sus vidas, o al menos darles algo de sentido.
La novela es de color gris hormigón, gris torre, y toca temas tan dispares como el alzheimer, la depresión, la fe, el póquer y el arte. Todo en las calles de una ciudad fantasma, llena de figuras anónimas. Nueva York se convierte en una especie de reflejo desdibujado de lo que es. DeLillo entra en la mente de los personajes, nos la desglosa, nos la presenta sin tapujos (ya he dicho que los diálogos son bastante escasos), en una narración fragmentaria, llena de flashbacks y flashforwards, desasosegante, humana, deprimente y circular. Sinceramente, una de esas novelas que tardaré en olvidar.

J.

1 comentario:

Anónimo dijo...

oye, vais a venir a lo del colegio de arquitectos? he quedao con la Jimenez a las 20.10 en mi portal, si os ape ya sabeis.llevo movil tb

Teresa